Todas las pinturas antivegetativas marinas, desde un buque, hasta un velero, están hechas a partir de metales pesados. Estos metales contaminan permanentemente los mares, pues estas partículas tóxicas se van desprendiendo de la pintura y por efecto acumulativo, representan una gran amenaza a los ecosistemas marinos. Este tipo de pinturas están diseñadas para intoxicar y matar a las especies que se adhieren a las estructuras que las contengan, tuberías, bombas, cascos de barcos, etc. Están hechas a partir de cobre, zinc y níquel, que además de causar la muerte de las especies que se adhieren al barco, se acumulan en los sedimentos de los océanos. 

Aunque se han intentado otras estrategias con otro tipo de biocidas como el TBT (prohibido desde 2008), no dejan de ser contaminantes y tóxicas. De hecho, se ha tratado de sustituir este tipo de biocidas por «promesas» mucho más amigables; sin embargo, los resultados no han sido los esperados. Hasta hace poco, se consideró a la cibutrina como una de esas alternativas, y recientemente fue prohibida por la Organización Marítima Internacional pues resultó tóxica de forma aguda y crónica para una variedad de organismos marinos y, en algunos aspectos, incluso más dañina que el TBT. La sustancia se acumula en los sedimentos y provoca efectos a largo plazo en el medio ambiente marino. Tras la entrada en vigor del Convenio Internacional sobre el Control de los Sistemas Antiincrustantes Nocivos en los Buques, a partir del 1 de enero del 2023 no se permite la navegación de naves con pinturas que contengan cibutrina, y se prohíbe la aplicación o replicación de este tipo de pinturas.